jueves, 25 de enero de 2024

Sobre cambiar...

 Hace unos meses que llegué a un nuevo espacio, decidí saltar al vacío confiando en que no iba a caer y partirme en dos, esta caída ha sido más bien caleidoscópica; no hay forma de evitar caer y romperse y tal vez es necesario; aunque creo que el verbo más adecuado es estrellarse, colapsar proyectándose a lo sutil, colapsar como una estrella y condensarse de nuevo, para que la vida se cree y recree a partir de esa violencia que trae la transformación. Al principio la conciencia no se había asentado a la experiencia, sólo me sentía esa materia informe, desperdigada en una especie de nada; pero conforme fueron pasando las semanas y luego los meses logré un poco de gravedad para arraigarme a mi cuerpo, a la materia que me rodea, pero sobre todo a la mirada que encontró un árbol particular; hace unos días mi mirada se ancló a la imagen del árbol del otro lado de la ventana, como si se hubiera tejido una comunicación constante y silenciosa, es él el que me ha hecho bajar de lo cósmico a lo terrestre. Este árbol me ha mostrado cómo se ve el cambio, su duración, su aceptación y su belleza. 

Cuando llegué al lugar en el que estoy ahora el árbol tenía hojas otoñales, poco a poco fueron cayendo; recuerdo el día en que fotografié la última hoja que pendía de la rama, luego llegó un periodo en el que estaba absolutamente deshojado, era solo ramas, pero aun así los pájaros venían a posarse en él; ese día en el que lo vi sin hojas recuerdo que también yo sentía eso por dentro, una especie de despojo de quién era, de lo que había proyectado para mí, me sentía deshojada de sueños, de alegría; pero llegó una serie de pensamientos que decidí seguir con curiosidad: “tú también eres parte de la naturaleza, como este árbol.” “¿por qué los seres humanos queremos apurar los procesos?” “El árbol sabe que no está muerto, sabe que la vida trabaja en su interior para poder crecer de nuevo.” Y me quedé pensando un rato en eso… precisamente en que el árbol no pelea con el ciclo de transformación, sólo lo acepta, sólo acepta con paciencia la pérdida y el renacimiento; el hecho de que no se vea el trabajo que la vida hace en silencio no quiere decir que no va a crear formas y colores únicos. ¿Por qué yo no podría hacer lo mismo? 



    Antier observé los nuevos retoños, hoy ya son más y mañana muchos más y el árbol sólo lo acepta porque eso es la vida, habitar cada una de las formas que somos y que descubrimos con lo que nos sucede. Yo no tengo esta maravillosa forma, ni corteza ni ramas, pero tengo la misma esperanza en que también llegará el momento de florecer y mientras acepto mis días deshabitados, la incertidumbre y sobre todo la calma que me trae esa voz al fondo que con autoridad me dice que no hay nada de qué preocuparse, que todo está bien y que estoy arraigada a eso que no se ve, pero que no me deja caer.